La Adelita y la Valentina, ¿mito o realidad?
Todo mexicano o mexicana ha escuchado alguna vez frases musicales como “Popular entre la tropa era Adelita” o “Y si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar” o “Una pasión me domina y es la que siento por ti” o “Que si me han de matar mañana que me maten de una vez”. Todas esas líneas forman parte del inconsciente colectivo de los mexicanos y cómo no, si pertenecen a dos de los corridos revolucionarios más conocidos en nuestra historia como país: “La Adelita” y “La Valentina”.
Lo que no saben todos los que han oído estas canciones e incluso las cantan es que cada una de ellas está inspirada en un personaje real de la Revolución Mexicana, en un par de mujeres que existieron y cuyos nombres reales se conocen, junto con la forma como participaron en la serie de conflictos armados que envolvió a México entre 1910 y 1920. Veamos ambos casos.
La Adelita y la Valentina en pocas palabras
- Dos mujeres de leyenda que de diferentes maneras participaron en la Revolución Mexicana.
- Adela Velarde fue una valiente enfermera que se ganó el amor de la tropa.
- Valentina Ramírez se sumó al ejército revolucionario haciéndose pasar por hombre.
- Se dice que ambas inspiraron los famosos corridos que llevan sus nombres.
- Sus vidas terminaron de un modo no sólo muy distinto sino dramáticamente contrapuesto.
Adela Velarde Pérez
Adela Velarde Pérez era su nombre y su biografía está teñida de realidad y de leyenda. Si fue ella realmente quien inspiró el corrido que lleva su nombre en cariñoso diminutivo, no lo podemos asegurar a ciencia cierta. Podría ser un invento de la historiografía oficial para darle credibilidad al mito de las adelitas, esas soldaderas que se unieron a “la bola”, algunas por seguir a sus hombres (maridos, prometidos, hermanos, hijos, etcétera) y otras por convicción propia. Difícilmente lograremos saberlo alguna vez. No obstante, la sola historia documentada de Adela Velarde resulta fascinante, más aún si se le añade esa parte romántica que la convierte en mito de la Revolución Mexicana.
Adela nació el 8 de septiembre de 1900, en Ciudad Juárez, Chihuahua, en el seno de una familia acomodada. Era nieta del general juarista Rafael Velarde, quien fuese amigo personal de Benito Juárez, al que protegió a su paso por el estado de Chihuahua, durante su presidencia itinerante, cuando fue forzado a abandonar la presidencia por la llegada del Ejército francés. De don Rafael habría heredado Adela su carácter fuerte y decidido, mismo que la llevó a enrolarse como enfermera en las filas de la División del Norte del Ejército Constitucionalista, tan sólo a los trece años de edad, poco después del golpe de Estado huertista y del asesinato del presidente Francisco I. Madero. Lo hizo contrariando la voluntad de sus padres, quienes se alarmaron de que aquella niña se les fuera para incursionar en algo tan peligroso.
A las órdenes de doña Leonor Villegas de Magnon, presidenta de la Cruz Blanca en el estado de Chihuahua, la joven empezó sus labores de enfermería en el regimiento del coronel Alfredo Breceda. Se dice que era una muchacha bella, risueña, valiente y bondadosa que pronto se ganó la simpatía y la buena voluntad de los soldados, en especial de los heridos a quienes llegó a atender. Incluso existe una célebre y hermosa fotografía suya en la que aparece jovencísima, de ojos grandes, mientras mira con intensa y seria fijeza al lente de la cámara; lleva un enorme sombrero y con una mano sostiene una bandera mexicana y una espada en la otra; en su pecho porta cruzado un cinturón de balas.
Cuenta la historia –o la leyenda– que poco tiempo después conoció a un sargento villista de nombre Antonio Gil del Río y que ambos quedaron prendados el uno del otro. Según esto, él gustaba de tocar la guitarra cada noche, mientras la tropa descansaba en el campamento. Pronto se volvieron enamorados inseparables, hasta que durante la sangrienta batalla de Torreón, en marzo de 1914, Antonio fue gravemente herido. Moribundo, Adela lo sostuvo en sus brazos y él, en plena agonía, le indicó que en su mochila le tenía un regalo. Se trataba de una hoja de papel doblada en la que se hallaba manuscrita la letra inconclusa de un corrido que el militar le había compuesto. Eran tras estrofas y, dice el mito, él alcanzó a dictarle la última antes de morir:
“Si acaso yo muero en campaña
y mi cadáver lo van a sepultar,
Adelita, por Dios te lo ruego,
que con tus ojos me vayas a llorar.”
Antonio cerró los ojos para siempre, pero no sólo le dejó la canción. Pronto la joven descubrió que en su vientre había quedado otro regalo de Antonio: un heredero que nació algunos meses después y quien moriría en la Segunda Guerra Mundial, sirviendo al ejército de los Estados Unidos.
Luego de la muerte del sargento Gil del Río, Adela puso la letra de la canción en manos de los músicos de la brigada. No queda claro quién fue el encargado de musicalizar el corrido y es posible que a lo largo de los años y mientras se fue popularizando, “La Adelita” haya sufrido algunas transformaciones en su melodía, hasta sonar como la mayoría de los mexicanos la conocemos.
Las tres primeras estrofas resultan más que conocidas, pero no está por demás recordarlas:
"Popular entre la tropa era Adelita,
la mujer que el sargento idolatraba,
porque a más de ser valiente era bonita
que hasta el mismo coronel la respetaba.
Y si Adelita se fuera con otro,
la seguiría por tierra y por mar;
si por mar, en un buque de guerra,
si por tierra, en un tren militar.
Si Adelita quisiera ser mi esposa,
si Adelita fuera mi mujer,
le compraría su vestido de seda
para llevarla a bailar al cuartel."
El personaje de Adela Velarde se volvió tan rápidamente popular que a las soldaderas de los ejércitos revolucionarios se les empezó a conocer e como las “adelitas”, en honor a tan singular mujer.
¿Y qué fue de Adela Velarde? ¿Logró sobrevivir a la revolución? Tan lo hizo que poco después de cumplir 40 años de edad, el 22 de febrero de 1941, la Secretaría de la Defensa Nacional la reconoció oficialmente como “Veterana de la Revolución” y en 1962 se le nombró como integrante de la Legión de Honor Mexicana.
Ya en sus últimos años, siendo lo que hoy se conoce como una adulta mayor, se reencontró con un coronel llamado Alfredo Villegas, a quien había conocido en los años de lucha, y decidieron casarse en 1965. La pareja se mudó a Estados Unidos, donde Adela vivió hasta su muerte, el 4 de septiembre de 1971, a causa de un cáncer de ovario. Sus restos se encuentran sepultados en el cementerio de San Felipe, en Del Río, Texas.
María Valentina de Jesús Ramírez Avitia
No menos interesante que la de “La Adelita”, aunque muy diferente, es la historia de “La Valentina”, la canción y, sobre todo, la mujer que la inspiró.
María Valentina de Jesús Ramírez Avitia nació el 14 de febrero de 1893 en un caserío de nombre San Antonio Norotal, perteneciente al municipio de Tamazula, en la sierra de Durango, muy cerca de los límites con Sinaloa. Su padre, Leopoldo Avilés, era labrador y arriero y solía bajar a la ciudad de Culiacán.
Un día, a principios de 1911, al regresar a su hogar, contó a su familia ciertas noticias que había escuchado: que desde el 20 de noviembre del año anterior se había iniciado un levantamiento nacional contra el gobierno del dictador Porfirio Díaz, encabezado por un tal Francisco I. Madero.
El hombre estaba entusiasmado y anunció a los suyos su intención de unirse a la lucha armada. Sus seis hijos lo escucharon con cierta indiferencia; todos menos su hija Valentina, quien a sus 17 años le dijo que ella lo acompañaría. Don Leopoldo conocía el fuerte carácter de su hija y lejos de negarse, le dijo que entonces se preparara para sumarse a las filas revolucionarias de Juan Banderas y Ramón F. Iturbe, quienes acababan de tomar Tamazula y de un momento a otro pasarían por Norotal.
Valentina no quería ser soldadera o enfermera, ella quería combatir. Por lo tanto, para ser aceptada, se disfrazó de hombre, vistiéndose con la ropa, el sombrero, las botas y las espuelas de su hermano mayor. Todo le quedaba grande, pero no le importó. Tomó una carabina 30-30 y una pistola, se colocó una cartuchera en el pecho y escondió sus trenzas debajo de un sombrero. La muchacha para ese entonces ya sabía montar y disparar. Cuando llegó un grupo de rebeldes a las órdenes del muy joven general Iturbe (tenía tan sólo 21 años), ella y su padre se sumaron al contingente, sin que nadie se diera cuenta de la falsa identidad de la joven, quien se presentó con el nombre de Juan Ramírez.

Su bautizo de sangre tuvo lugar cinco meses después, el 22 de junio del mismo 1911, al participar en la victoriosa toma de Culiacán. Esa batalla fue definitiva para las fuerzas revolucionarias, ya que con ella lograron derrocar al gobernador porfirista Diego Redo. Parecía el inicio de una carrera militar para Valentina. No obstante, tuvo la mala suerte de que una vez consumado el triunfo de los revolucionarios y mientras daba de beber a su caballo, el animal tiró un coletazo que le voló el sombrero e hizo caer sus trenzas. Un soldado que estaba a su lado la descubrió y la llevó ante la presencia del general Iturbe. Este se mostró sorprendido y la felicitó por su valentía, pero le dijo que por ser mujer no podía formar parte de su tropa y de inmediato la dio de baja. Como ella misma contaría años más tarde: “a partir de entonces se terminó todo olor a pólvora para mí”.
Como su padre había muerto en la toma de Culiacán y al verse sola, optó por regresar a Norotal. Sin embargo fue rechazada por sus hermanos, quienes consideraban que con sus acciones había violado los roles tradicionales de su género. En especial, se encontraban muy molestos por el hecho de que ella no hubiera estado presente en el momento de la muerte de su madre. Ante el rechazo, no tuvo más remedio que regresar a Sinaloa y buscar trabajo en Culiacán. Al poco tiempo, conoció a Federico Cárdenas, un coronel con el que contrajo matrimonio, aunque pronto enviudó, sin que hubieran tenido hijos.
Mucho tiempo después de terminada la revolución, en 1939, Valentina Ramírez se topó con el ya para entonces general Iturbe, a la salida de la catedral de Culiacán. La situación económica de la viuda era muy precaria y al reconocerla, el militar la recomendó con unos conocidos suyos de Novolato, quienes por un tiempo le dieron trabajo en la servidumbre. Más tarde se dedicó a toda clase de labores, siempre las más humildes y las más mal pagadas.
En 1962, alguien le dijo que tenía derecho a pedir una pensión como veterana de guerra, pero en la Secretaría de la Defensa Nacional la rechazaron porque sólo había prestado servicio a la revolución durante cinco meses y diez días. Siete años después, en el propio Novolato, fue atropellada por un auto y la hospitalizaron en Culiacán. Su condición económica era tan lamentable que al ser dada de alta, el Ayuntamiento de esa ciudad la internó en un asilo para ancianos, de donde se fugó a los pocos días (decía que prefería acabar sus días junto a sus perros que morir prisionera).
Moriría el 4 de abril de 1979, a los 86 años de edad, cuando la casucha donde malvivía con sus canes se incendió mientras ella dormía y no alcanzó a salir. Sus restos fueron sepultados en la fosa común del panteón civil de Culiacán. Esa fue la triste historia de Valentina Ramírez.
Respecto al corrido cuya inspiración se le atribuye, esto puede ser tan real como fruto de la leyenda. Se dice que quien lo escribió lo hizo luego de ver la famosa fotografía que le hizo el reportero jalisciense Mauricio Yáñez, en la que aparece vestida de hombre. Por supuesto, existen otras versiones que niegan que ella haya sido la inspiradora de la canción cuya letra reza:
"Una pasión me domina
y es la que me hizo venir
Valentina, Valentina,
yo te quisiera decir.
Dicen que por tus amores
la vida me han de quitar.
No le hace que sean muy hombres
yo también sé pelear.
Si porque tomo tequila,
mañana tomo jerez.
Si porque me ves borracho,
mañana ya no me ves.
Valentina, Valentina.
rendido estoy a tus pies.
Si me han de matar mañana
que me maten de una vez.
Dicen que por tus amores
un mal me van a seguir.
No le hace que sean muy hombres,
yo también me sé morir."