Emiliano Zapata, una remembranza en el 144 aniversario de su nacimiento
Para el imaginario popular, las dos figuras más entrañables de la Revolución Mexicana son las de Francisco Villa y Emiliano Zapata. Se les considera casi como vidas paralelas. Sin embargo, a pesar de varias semejanzas, son muchas más las diferencias.
Zapata en pocas palabras
- Nació en Anenecuilco, Morelos, el 8 de agosto de 1879
- Fue hijo de una familia campesina que poseía una pequeña propiedad y algunas cabezas de ganado
- Siempre peleó por los derechos de los suyos a la propiedad de la tierra de la que habían sido despojados
- Se unió a la revolución maderista pero nunca confió en Madero ni, más tarde, en Carranza
- Murió asesinado en una celada que le tendió el gobierno carrancista
Partamos desde su origen. Mientras que Villa nació en el seno de una familia muy pobre del estado de Durango y de niño tuvo que trabajar como peón de una hacienda, sin recibir instrucción alguna y permaneciendo analfabeto, Zapata vino al mundo con una situación ligeramente más acomodada, como miembro de una familia campesina de pequeños propietarios que contaba con una reducida extensión de tierra, algunas cabezas de ganado y caballos, además de que tuvo acceso a cierta preparación escolar que le permitió aprender a leer y escribir, más algunas otras habilidades.
Por si fuera poco, la desgracia apareció demasiado pronto en la vida de quien llevaba el nombre de Doroteo Arango, pues siendo aún adolescente enfrentó al hacendado que quiso ejercer el llamado derecho de pernada en contra de una de sus hermanas, baleándolo y dejándolo al borde de la muerte. Luego de ser atrapado y encarcelado para enfrentar a la justicia porfirista, el futuro Pancho Villa logró escapar para convertirse primero en fugitivo y más tarde y por varios años en despiadado bandolero.
El caso de Zapata
En cambio, Emiliano pudo tener una infancia y una adolescencia relativamente más tranquilas. Si bien le tocó vivir el avance implacable de los poderosos hacendados morelenses, muchos de ellos extranjeros, que despojaban de sus tierras a quienes las habían poseído desde la época colonial, la violencia no estuvo demasiado presente cerca de él en esos años y pudo incluso tener contacto con algunos intelectuales que habían llegado a vivir a su pueblo natal, como los profesores Pablo Torres Burgos y Otilio Montaño, quienes lo introdujeron en la lectura de diversos libros de anarquismo y de periódicos de oposición al régimen porfirista, como El Diario del Hogar y Regeneración, este último editado por los hermanos Flores Magón, famosos anarquistas y fieros adversarios del gobierno.
Como vemos, en realidad los de estos dos caudillos de la Revolución Mexicana fueron orígenes en muchos aspectos disímbolos y por momentos casi contrapuestos.
Una vida intensa
Emiliano Zapata Salazar nació en Anenecuilco, un pequeño poblado cercano a la ciudad de Cuautla, Morelos, el 8 de agosto de 1879. Era el noveno de diez hermanos, seis mujeres y cuatro hombres. Su abuelo materno, José Salazar, había participado a las órdenes de José María Morelos y Pavón en el sitio de Cuautla de 1812, mientras que dos tíos suyos por el lado paterno habían peleado en contra de la Intervención Francesa de 1862. Uno de sus profesores en la escuela primaria fue Emilio Vera, quien de joven había sido soldado juarista. Todo esto le dio ciertas ideas acerca del contexto histórico de México. Se cuenta –y quizá sea parte de la leyenda– que a los nueve años de edad, al presenciar un despojo de tierras a campesinos conocidos y luego de escuchar a su padre decirle que nada se podía hacer contra el poder de los hacendados, el chiquillo le respondió: “Pues cuando yo sea grande, haré que se las devuelvan”.
Durante los años siguientes, Emiliano se convirtió en un hombre recio y valiente, de carácter decidido. Era un gran jinete y sabía domar a los caballos más rebeldes. Pero también era un decidido defensor de los derechos de los campesinos frente a las arbitrariedades de los hacendados. Esto hizo que tuviera muchos problemas con las autoridades porfiristas, las cuales en cierta ocasión lo apresaron con el pretexto de que andaba en la calle en estado de ebriedad. En realidad le habían inventado ese cargo con el fin de encerrarlo y alistarlo a la fuerza en el ejército federal, para de esa manera poderlo maniatar. Sin embargo fue pronto liberado, gracias a la intervención del yerno del mismísimo presidente Díaz: Ignacio de la Torre, rico hacendado y esposo de Amada, la hija mayor del dictador.
Nachito de la Torre, como era conocido, sabía de Zapata por ser el dueño de una finca azucarera cercana al pueblo donde Emiliano vivía con su flamante esposa, Inés Alfaro, a la que había raptado y con quien acababa de procrear un hijo. Agradecido por su liberación, el futuro Caudillo del Sur le arrendó al hacendado algunos de sus mejores caballos y ambos hombres iniciaron una cercana amistad. Mucho se ha especulado sobre la relación entre De la Torre y Zapata, ya que se sabía que el primero era homosexual; sin embargo, hasta ahora no existen pruebas de que entre ellos hubiese habido algo más que camaradería.
De líder comunitario a líder revolucionario
Cuando en 1909 Emiliano Zapata cumplió 30 años, la gente de Anenecuilco lo nombró custodio de los títulos de propiedad que desde la época de la Colonia los acreditaban como dueños de las tierras de las que habían sido despojados y al mismo tiempo lo nombraron líder máximo de su comunidad. Era un gran honor pero también una enorme responsabilidad que el hombre asumió con orgullo. En ese cargo lo sorprendió, un año después, el estallido de la revolución maderista.
Cuando el 20 de noviembre de 1910 cundió por todo el país el entusiasmo revolucionario, muchos morelenses se sumaron de inmediato a la insurrección. No fue el caso de Zapata, quien no confiaba del todo en Francisco I. Madero, al que consideraba un hombre de la alta burguesía al que no le interesaba remediar los problemas de los campesinos. Sin embargo, cuando el coahuilense nombró a Pablo Torres Burgos como jefe de la revolución en Morelos, Emiliano dejó sus reticencias a un lado y se unió a su amigo. Pablo lo nombró de inmediato coronel del Ejército del Sur. Apenas unos meses después, en abril de 1911, Torres fue muerto en campaña y el nombramiento como Jefe Supremo del Movimiento Revolucionario del Sur recayó en el único personaje capaz de enarbolar ese cargo: Emiliano Zapata.
Lo primero que hizo el nuevo jefe fue tomar la ciudad de Cuautla y comenzar a repartir las tierras de la zona que controlaba.
Desavenencias con Madero
Cuando unos meses después triunfó el movimiento armado y Porfirio Díaz renunció a la presidencia para exiliarse en Francia, Zapata exigió que el reparto de tierras se generalizara, algo a lo que Madero se opuso y, por el contrario, ordenó el desarme de los campesinos armados del sur. Zapata acató la orden de mala gana, a la espera de que una vez que don Francisco ocupara la primera magistratura de la Nación, se decretara una reforma agraria.
No fue así. Madero tenía el poder político pero no el económico y mucho menos el militar. Peor aún, el nuevo presidente de México envió tropas para aplacar a los zapatistas que permanecían rebeldes. Esto hizo que Zapata retomara las armas y se convirtiera en guerrillero junto con muchos de sus fieles. No sólo eso: desde la clandestinidad dio a conocer su histórico Plan de Ayala que declaraba a Madero incapaz de cumplir con los objetivos de la revolución, en particular la reforma agraria, y anunciaba la expropiación de las tierras de los hacendados para repartirlas entre los campesinos, sus dueños originarios. A Zapata se unió desde el norte otro líder rebelde, Pascual Orozco, quien también enarboló las banderas de la reforma agraria y exigió la renuncia del presidente.
Zapata ante la Decena Trágica
En medio de todo aquello, sobrevino en 1913 el golpe de Estado orquestado por viejos militares porfiristas en connivencia con el embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson. El general Victoriano Huerta traicionó a Madero y lo asesinó junto con el vicepresidente José María Pino Suárez en lo que la historia de México consigna como la Decena Trágica.
El panorama político y militar cambió por completo. Ante la ignominia de Huerta y su intento por instaurar una dictadura militar, los revolucionarios que habían apoyado a Madero, liderados por Venustiano Carranza, se unieron en su contra. Francisco Villa y Emiliano Zapata, a pesar de la desconfianza que sentían por Carranza, lo apoyaron en su lucha contra el huertismo. Luego de algunos meses de breve lucha, Huerta renunció y huyó del país. En 1914, Carranza se convirtió en el nuevo jefe máximo de la Revolución, pero Villa y Zapata no lo aceptaron como tal y rompieron con él.
La muerte de Zapata
Mientras Carranza encauzaba sus esfuerzos militares para combatir a las fuerzas villistas hasta derrotarlas, Zapata se concentró en llevar a cabo con buen éxito los principios del agrarismo en el estado de Morelos. No obstante, una vez que en 1915 el gobierno federal se libró del peligro que representaba Villa, volvió los ojos al sur y comenzó su lucha contra los zapatistas. La guerra en Morelos se prolongaría por cuatro años. Ni siquiera la promulgación de la nueva Constitución, el 5 de febrero de 1917, en algunos de cuyos artículos se adoptaban de cierta manera las exigencias agraristas, logró que Zapata depusiera las armas. El líder sureño era una gran piedra en el zapato para el gobierno constitucional y entonces Carranza y su cruel general Pablo González urdieron un plan para acabar de una vez por todas con el rebelde. Un coronel de nombre Jesús Guajardo sería el encargado de ejecutar el plan y asesinar a mansalva a Emiliano Zapata, el 10 de abril de 1919. La forma detallada en que todo esto aconteció será materia de un próximo artículo.
Terminemos el presente texto con una cita de Octavio Paz, quien en su imprescindible libro El laberinto de la soledad escribió:
“No es un azar que Zapata, figura que posee la hermosa y plástica poesía de las imágenes populares, haya servido de modelo una y otra vez a los pintores mexicanos. Con Morelos y Cuauhtémoc, es uno de nuestros héroes legendarios. Realismo y mito se alían en esta melancólica, ardiente y esperanzada figura que murió como había vivido: abrazado a la tierra. Como ella, está hecho de paciencia y fecundidad, de silencio y esperanza, de muerte y resurrección”
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